María de Maeztu Whitney nació en Vitoria, el 18 de julio de 1882. Su padre, Manuel de Maeztu Rodríguez, de Cienfuegos (Cuba), de origen navarro, conoció a Juana Whitney, hija de un diplomático inglés, en París, y se unió a ella cuando la novia tenía dieciséis años. Se instalaron en Vitoria, donde nacieron cinco hijos: Ramiro, Ángela, Miguel, María y Gustavo. La inesperada muerte del hacendado Maeztu en Cuba, dejó a su familia en la ruina, “por confusos problemas administrativos”.
Juana, mujer de frágil aspecto, pero de fuerte personalidad, se trasladó con sus hijos a Bilbao y montó una residencia de señoritas en la que podían cursarse estudios, completar la educación, aprender o perfeccionar idiomas y cultura general. María de Maeztu estudió Magisterio y más tarde Derecho, y en ella su madre tuvo una precoz y eficaz colaboradora. En 1902 empezó a ejercer su profesión de maestra en una escuela. María reformó la enseñanza, implantó las clases al aire libre, fundó las primeras cantinas y colonias escolares. Muy pronto destaca por su elocuencia, sus claros conceptos y sus ideas revolucionarias sobre la enseñanza. Invitada por la Universidad de Oviedo a dar unas conferencias, formula uno de sus conocidos principios pedagógicos: “Es verdad el dicho antiguo de que la letra con sangre entra, pero no ha de ser con la del niño, sino con la del maestro.”
Su labor como conferenciante fue extraordinaria, su gran talento oratorio llenaba las salas de los colegios, institutos y centros educativos y culturales para escuchar sus “Conferencias pedagógicas”. El periodista M. Aranaz Castellanos, de El Liberal bilbaíno, en su crónica de 23 de julio de 1904, recreaba la atmósfera que reinaba en la sala, en una conferencia de María: `Arrollóse el velo al sombrero, dejando al descubierto su interesante rostro de niña, y comenzó a hablar como habla ella, sin afectación ni encogimiento, con palabra segura y persuasiva´. No habían transcurrido diez minutos cuando sonaron los primeros aplausos, cuando el auditorio todo, cautivado y entusiasta, se rendía a la oradora con armas y bagajes… María empezó combatiendo la teoría de que la mujer es inferior al hombre, física, intelectual y moralmente, por ser más pequeño su cerebro que el del hombre, según las teorías de Moebius. `La mujer –decía– debe tener las mismas opciones culturales que su compañero. Debe ir al matrimonio con igualdad de derechos y deberes. Es preciso que se abran a la mujer horizontes para vencer, en iguales condiciones que el hombre, en la lucha por la vida, sin que tenga que depender de él. Precisa ponerla a su nivel y hacer de ella no sólo la compañera que anima la lucha, sino la que une su esfuerzo al de su compañero y sigue sus huellas cuando los reveses y el cansancio hacen que él desfallezca. Y cuando la mujer tenga medios de vencer en la lucha por la existencia, irá al matrimonio, no mirándolo como la tabla de salvación y aceptando a cualquiera, sino eligiendo y siguiendo los impulsos de su corazón´. Justificaba el divorcio por ser el único camino que queda cuando los cónyuges no han logrado identificarse. Arremetía contra la injusticia que supone el perdonar todas las faltas de los hombres y execrar a la mujer a quien se engaña. Habló del concepto equivocado en España respecto a la tendencia fundamental del feminismo. Su finalidad era la emancipación social y económica de la mujer. Combatiendo el criterio de educar a la mujer sólo para el hogar y no para la sociedad que comparte con el hombre. Y para terminar dijo que la ignorancia de la mujer era la causa de la barbarie y que con su instrucción estaba asegurado el triunfo de la libertad, la igualdad y la fraternidad”.
En 1908, María forma parte, como observadora, de la Comisión nombrada por el Gobierno para el certamen pedagógico celebrado en Londres. A su vuelta, en la sociedad bilbaína El Sitio, da una conferencia en la que afirma que “El progreso de Inglaterra se debe, no a las peculiares condiciones de la raza y el clima, sino a los elementos predominantes en la dirección de aquel país, singularmente a la acción social de la escuela”.
En 1915 bajo la dirección de Maria se funda en Madrid, La Residencian Internacional de Señoritas, regida por las mismas normas de la célebre Residencia de Estudiantes, creada por la junta para Ampliación de Estudios, que presidía Santiago Ramón y Cajal y tenía como secretario a José Castillejos. Se instaló en Fortuny, 14, cerca de la Castellana, en el primitivo edificio de la Residencia de Estudiantes antes de trasladarse a la calle del Pinar, en los Altos del Hipódromo; en la Colina de los Chopos, como la llamó Juan Ramón Jiménez. El origen de la institución era: “…ser el hogar espiritual donde se fragüe y depure, en corazones jóvenes, el sentimiento profundo de amor a la España que se está haciendo, a la que dentro de poco tendremos que hacer con nuestras manos…”
Allí se acogía a las estudiantes que, procedentes de toda España, iban a estudiar a Madrid, en un ambiente de convivencia humana y cultural que completaba el de la Universidad. Había un pabellón destinado a las personalidades intelectuales femeninas extranjeras que visitaban nuestro país y que, en aquel tiempo, se veían obligadas a albergarse en conventos, lo cual no siempre era del agrado general. Las residentas estaban en contacto con profesores, escritores, artistas nacionales y extranjeros, que daban conferencias, realizándose toda clase de intercambios culturales, en tertulias, lecturas comentadas, representaciones, conciertos, visitas a museos, excursiones a ciudades y pueblos. La Residencia de Señoritas tuvo gran significación para la cultura femenina española. María de Maeztu, con su prestigio personal y cultural, mantenía el espíritu de la Residencia, en un ambiente grato y atractivo para las universitarias y los visitantes vinculados y residentes, como Marie Curie. Asiduos contertulios fueron Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Eugenio Montes, Menéndez Pidal, Marañón, Juan Ramón, Azorín, Pancho Cossío, Jorge Zalamea, Pedro Salinas, Vicente Huidobro, F. García Lorca…
¿Cómo era María de Maeztu, de la que tan presto se han borrado su perfil físico e intelectual? Salvador de Madariaga dice en Españoles de mi tiempo: “María, sin ser una beldad, no dejaba de tener cierto atractivo femenino”. Y el diplomático chileno Carlos Morla nos ha dejado un cabal retrato de la gran pedagoga vasca: “María de Maeztu es una mujer de calidad excepcional, en extremo culta y de una actividad asombrosa… Su actuación en la Residencia de Señoritas es sencillamente prodigiosa y no cabe duda de que ninguna ha hecho lo que ella por la cultura femenina en España. Notable conferenciante, pedagoga magnífica, organizadora insuperable, no se le ha tributado aún, a mi juicio, el panegírico que a su obra corresponde. Ya vendrá su hora. Así lo esperamos.
Rubia, de estatura menuda, nerviosa, vibrante, se expresa con una locuacidad tal, que, a veces, es casi imposible seguirla. Es inconcebible la cantidad de cosas que hilvana en tan breve período. Es una tarabilla, pero llena de criterio y de buen sentido: `una tarabilla que sabe lo que dice´. Sin el menor aspecto varonil, no tiene, sin embargo, tiempo para ser femenina. Viste de cualquier manera, sin ninguna coquetería, y es inexistente en ella todo espíritu de conquista. Lleva puesto un abrigo de carácter indeterminado y un sombrerito en la nuca, siempre el mismo, al cual Federico –García Lorca– le ha dedicado, con cariño, una copla inofensiva con acompañamiento de guitarra: `El sombrerito de María. Dice que es moda llevarlo así, pero, en ella, diríase que se le va a caer… o que ya se le ha caído´”.
Federico García Lorca fue muy amigo de María de Maeztu. Se conocieron en casa de Carlos Morla y allí nació su entrañable relación y la asiduidad con que el poeta frecuentaba la Residencia de Señoritas. El 16 de marzo de 1932, Federico leía en el salón de actos de la residencia su Poeta en Nueva York. Aquel ambiente resultaba gratísimo para el poeta granadino y cuatro meses más tarde, a la hora de iniciar los ensayos de las obras que preparaba para La Barraca, lo hace en la Residencia. “En la tarde asistimos a un ensayo de La Barraca, dirigida por Federico, en la Residencia de Señoritas. En mangas de camisa, activo, lleno de ardor y consciente de su autoridad, se mueve de un lado a otro impartiendo órdenes. Su dinamismo asombra y contagia… toman parte de ella infinidad de muchachas y muchachos… Federico se agita, se entusiasma, gesticula, grita y se siente confortable, contento, en su ambiente”, escribiría en su Diario Carlos Morla.
María de Maeztu fue discípula de Unamuno en la Universidad de Salamanca y de Ortega y Gasset en la de Madrid. Las ideas orteguianas influyeron mucho en la formación de María; habían sido condiscípulos en la Escuela alemana de Marburgo, donde estudió la filosofía neokantiana con el profesor Cohen y la pedagogía social con Pablo Natorp. Entonces nació el amor que María guardó siempre para su compañero. María estaba pensionada por el Gobierno español para ampliar sus estudios y conocer los nuevos métodos pedagógicos europeos, en París, en Bruselas, en el King’s College de Oxford y en las americanas de Columbia, Smith, Wellesley, Bryn-Baner. A su regreso a España dio a conocer sus experiencias en publicaciones y conferencias.
En Londres, representó a España en el Primer Congreso de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias. En 1923 fue delegada por el Gobierno español para tomar parte en el Congreso de Educación Mundial que tuvo lugar en San Francisco de California.
El 10 de mayo de 1918, un Real Decreto daba paso a la creación del Instituto-Escuela. Se trataba de un nuevo ensayo pedagógico de Segunda Enseñanza bajo el patrocinio de la Junta para Ampliación de Estudios. María de Maeztu, por su prestigio pedagógico, fue llamada a dirigir la Sección Primaria, con la ayuda de un grupo de extraordinarias maestras como María Goyri, su hija Jimena Menéndez Pidal, Josefa Castán Zuloaga, Juana Moreno, Teresa Recas…
El Instituto se instaló en el edificio del antiguo Instituto Internacional de Boston, cedido a la Junta en ventajosas condiciones. El Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza comprendía una sección preparatoria de niños y niñas, el internado y las clases de alumnas de bachillerato. La casa, con traza y empaque de palacio, carecía de esa clásica pobreza de los establecimientos oficiales de enseñanza en España, así como de la suntuosa rigidez de los colegios fundados, dirigidos y explotados por las opulentas órdenes religiosas. Tenía aires hogareños, con sus grandes y nobles ventanales, abiertos a las avenidas de Miguel Ángel, del Cisne y la de Almagro, y un hermoso jardín.
En el Instituto-Escuela no había libros de texto, sino un cuaderno de trabajo donde los alumnos anotaban las explicaciones del profesor. No se estudiaba de memoria. Siempre que era posible las clases se celebraban al aire libre. Se hacían excursiones y mucho deporte. La enseñanza de la lengua castellana se estudiaba con ejercicios especiales de dicción, de vocabulario, de lecturas, de recitación, de redacción, de literatura, de narración y composición. La Geografía, con prácticas de cartografía y construcción de mapas en relieve, de arcilla y de cartón. Las lecciones de Historia se enriquecían con visitas al Museo Arqueológico, al del Prado, al del Arte Moderno y, sobre el terreno, en los lugares históricos. El estudio de las Matemáticas se facilitaba con toda clase de material capaz de dar amenidad a la asignatura. La Biología, la Botánica y la Zoología no sólo se estudiaban en las colecciones del Instituto, sino también con excursiones al campo y visitas al parque Zoológico y al Museo Nacional de Ciencias Naturales…
De todas las novedades e innovaciones, fruto de los revolucionarios métodos docentes del Instituto-Escuela, dos fueron motivos de particular escándalo para la gente que veía con malos ojos las tareas del «Insti», como le llamaban familiarmente los alumnos: la coeducación de niños y niñas, y la libertad o ausencia de religión en las clases.
Al Instituto-Escuela asistieron, entre otros, los hijos de Negrín, de Giral, de Araquistáin, de Barnés, de Medinaveitia, de García Sanchís, de Salaverría, de Saborit, de Giner, de Ortega y Gasset, de Madariaga, de Azcárate, de Casares Quiroga…
En 1926 se fundaba en Madrid un Lyceum Club Femenino, bajo la presidencia de María de Maeztu, con las mismas características de los ya existentes en Europa. Maeztu venía trabajando en sus bases y desde un principio ella abogaba por un club mixto, pero tuvo que aceptar el reglamento internacional que regía en Europa. De acuerdo con los estatutos, se constituyeron las secciones de Literatura, Ciencias, Artes Plásticas e Industriales, Social, Musical e Internacional. La escritora Isabel Oyarzábal de Palencia, Beatriz Galindo, explicó al periodista Julio Romano, de La Esfera, la constitución y los fines del Club: “Como leerá usted en los Estatutos de la Asociación, ésta es ajena a toda tendencia política o religiosa. Hace tiempo que queríamos tener una casa donde poder reunirnos y traer a nuestras amigas, señoras extranjeras. Al llegar a España se lamentaban ellas y nosotras de no tener un club, como los que tienen la mujeres de París, Londres, Berlín, Roma y Amsterdam. ¡Sólo en Suiza hay siete! Esto, que parecerá una novedad inquietante en España, es una cosa vieja en Europa… Trataremos de fomentar en la mujer el espíritu colectivo, facilitando el intercambio de ideas y encauzando las actividades que redunden en su beneficio; aunaremos todas las iniciativas y manifestaciones de índole artística, social, literaria, científica, orientadas en bien de la colectividad”.
El Lyceum Club se instaló en la calle de las Infantas, 31. Formaron la junta directiva: vicepresidentas, Isabel Oyarzábal y Victoria Kent; secretaria, Zenobia Camprubí; vicesecretaria, Miss Helen Phipps; tesorera, Amalia Galinizoga, y bibliotecaria, María Martos de Baeza. El Lyceum Club se montó sin ayuda oficial, simplemente con el tenaz esfuerzo de un grupo de mujeres entre las que se encontraban las figuras de mayor prestigio intelectual del momento en el país. Carmen Monne de Baroja, para recaudar fondos, organizó funciones y rifas de cuadros en su teatrito particular “El mirlo blanco”.
El Lyceum Club tuvo un gran impacto en el panorama cultural español, en el que la mujer, a excepción de una minoría reducida y dispersa, vivía al margen de cualquier actividad colectiva con un comportamiento normalmente desfasado y anacrónico. Porque no era sólo un lugar de reunión, donde poder tomarse una taza de té y cambiar impresiones, sino centro cultural donde María de Maeztu organizaba cursillos, conferencias, conciertos, exposiciones, a cargo de intelectuales, científicos y de artistas nacionales y extranjeros. García Lorca dio en sus salones la conferencia “Imaginación, inspiración y evasión en poesía”, Unamuno leyó allí su drama Raquel encadenada; Rafael Alberti se presentó una tarde de noviembre, vestido de tonto, metido en una levita inmensa, con un pantalón de fuelle, cuello ancho de pajarita y un pequeño sombrero hongo, con una paloma enjaulada en una mano y un galápago en la otra, ya que la conferencia se llamaba: “Palomita y galápago (¡No más artríticos!)” y armó la marimorena, sorprendiendo a unos, escandalizando a otros y divirtiendo a los demás. Benavente, en cambio, el día que le invitaron a dar una conferencia en el Lyceum, replicó: “A mí no me gusta hablar a tontas y a locas”.
La Junta del Lyceum, que venía soportando con indiferencia las embestidas y diatribas nacidas de la ignorancia y el fanatismo, decidió entonces llevar el caso a los tribunales, confiándolo a dos de sus principales animadoras: Victoria Kent y Matilde Huici.
El Lyceum Club, en 1939, fue confiscado por la Falange y la Sección Femenina lo convirtió en el Club Medina.
En 1926, María de Maeztu fue invitada por la Institución Cultural Española de la República Argentina para explicar un curso en la Universidad de Buenos Aires. En años anteriores habían ocupado esa cátedra Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Cabrera, Casares y otros ilustres profesores.
En 1927 fue nombrada profesora extraordinaria de la Columbia University, de Nueva York, donde explicaría un curso en aquella Universidad. Después iría a Cuba, a la Universidad de La Habana, a dar un ciclo de conferencias; allí volvería dos años más tarde. En 1930, en la Universidad de México, da un curso de conferencias sobre la psicología pedagógica y es nombrada profesora honoraria. Luego viaja a Londres, a explicar en cuatro disertaciones el mismo tema. En Oxford habla sobre “La mujer española”. Es nombrada doctora Honoris Causa del Smith College (Estados Unidos). En España le confían el cargo de Consejero de Instrucción Pública.
El 31 de julio de 1936 es detenido el escritor Ramiro de Maeztu, hermano de María, y conducido a la cárcel de Las Ventas. Tras un simulacro de juicio fue fusilado en la madrugada del 29 de octubre. Éste fue un golpe terrible para María, que abandonó España y se instaló en Buenos Aires. La Universidad bonaerense le encargó el seminario de Didáctica. España perdía para sí la excepcional inteligencia de María de Maeztu, como iba a perder a tantos miles de españoles, que arraigarían y darían sus mejores frutos en tantas Universidades del mundo.
María de Maeztu no regresó a España hasta febrero de 1947, con motivo de la muerte de su hermano Gustavo, pintor que había presentado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1924 un “Retrato de mi hermana María”. Doña Juana, su madre, había muerto año y medio antes, a la edad de ochenta y nueve años, en Estella (donde la sorprendió la sublevación militar de julio de 1936), pues a raíz de la muerte de Ramiro, vendieron la casa de Bilbao y se quedaron para siempre en tierras navarras. Doña Juana continuó dando clases hasta poco antes de su muerte.
Cuando María regresó a España, en 1947, hubiese deseado asumir de nuevo la dirección de la Residencia de Señoritas (entonces Colegio Mayor Santa Teresa), que por entonces dirigía Matilde Marquina.
María de Maeztu era tan sólo una mujer madura cuando se le adelantó la muerte, en Mar del Plata, el 7 de enero de 1948. Con ella se iba otro miembro de la “prestigiosa y dura familia de los Maeztu”, como los calificara Ramón Gómez de la Serna.
Fuente: Antonina Rodrigo – Mujeres para la historia.